Columna de A balón parado, escrita por Rafael Ocampo
Es cierto que a Jorge Vergara y a Rafael Lebrija les ha faltado tacto para tratar a Ramón Morales, uno de los jugadores que más temporadas lleva con el plantel de las Chivas. Pero en honor a la verdad en ningún momento les escuché, a ninguno de los dos, decir o afirmar que el zurdo mediovolante tuviera que retirarse.
Y es que a mediados de la semana pasada, en respuesta a lo que un día antes había dicho Vergara, en relación a que su ciclo terminó, Ramoncito salió a decir que sólo él (y en consecuencia el resto de los jugadores de futbol), podían decidir cuándo terminaba su ciclo. El problema es que por esta palabra que ya no quiero citar pues me parece además sumamente inexacta, el michoacano entendió el final de su carrera.
Y no. Nadie lo está retirando. Lo que ya no quieren Vergara y Lebrija es que siga con las Chivas, pese a tener seis meses más de contrato. Les podrá gustar o no esta decisión a los seguidores rojiblancos o podrán compartir las razones o combatirlas, pero nadie podrá negar que esta decisión es de absoluta potestad del propietario y del presidente de un equipo de futbol. Ellos son los que pagan, faltaba menos.
Ramón debe entender esto, asumir su realidad con absoluta dignidad. El futbol de la primera división en este país no empieza ni termina con las Chivas. Para suerte de todos.
Ramón Morales bien puede rendir un año o dos con cualquier otro equipo a muy buen nivel y si le están regalando su carta, es decir si Chivas está renunciando a cualquier derecho de cobrar algo para ceder sus derechos, debería tomarles la palabra e irse ya de buena vez de donde no lo quieren.
Esta historia no tiene nada que ver con maltratos ni manipulaciones a los pobres e indefensos futbolistas. No hay que empezar a construir cenicientas. Menos con jugadores que cobraron lo que brillaron en su carrera. Ramoncito no necesita que nadie le seque las lágrimas.
